martes, 10 de enero de 2017

Etapa 5: Mocoa - Sibundoy | El trampolín de la muerte

Por Federico Parra Barrios


"Solo la montaña decide cuándo se puede subir y cuándo no.
Solo la selva decide quién puede entrar y quién no."

Sabiduría indígena







En el avión de camino a esta expedición dibujé muy esquemáticamente en mi diario un volcán cuya base es un campo minado. Esta imagen, que me parece que ilustra muy bien aspectos de este viaje, no fue invención mía. En cambio se trata de la historia del volcán del Puracé, uno de los lugares más imponentes que hemos visitado en esta expedición y que la violencia nos lo ha apartado. Ayer iniciamos la etapa más dura que he vivido y tenía esta imagen dando vueltas en la cabeza. En primer lugar porque nos estábamos internándo en una de las zonas más afectadas por el conflicto y el narcotráfico. Pero también porque estábamos entrando al mítico valle del Sibundoy, conocido por su inmensa biodiversidad y sus conocimientos indígenas. Hacerlo no sería fácil pues tendríamos que cruzar el macizo por una carretera catalogada como una de las más peligrosas del planeta y famosamente conocida como "El trampolín de la muerte" por el alto número de accidentes que produce. En el mapa se asemeja a una serpiente que se enrolla en sí misma, en el camino es más amenazante el abismo que se prolonga a cada metro que se avanza y la forma en que los carros se evitan, subiendo y bajando en un único carril. 

A pesar de que contábamos con toda esta información, no esperábamos encontrar una carretera en la que tuviéramos que cruzar cascadas, en donde las montañas se perdieran entre la niebla y los camiones frenaran, enterrándose entre las piedras, para darle paso a un grupo de once ciclistas seguidos de una Trailblazer. La camioneta Chevrolet pasaba el camino sin ningún percance, pero para los ciclistas el objetivo era más difícil. Algunos con sus bicicletas de siempre hacían maniobras mientras otros afortunados subían fluidamente con sus naves Specialized. 


Yo, sin embargo, me impuse la titánica tarea de cruzar este trampolín en una bicicleta de ciclocross. Hacerlo de esta manera sería una actitud heroica, pensaba en los primeros kilómetros, pero tan pronto empezamos a entrar al valle la dificultad por las pendientes, el cansancio por la posición y la relación de la bicicleta, sumado a las tres caídas que hasta ese entonces había sufrido me hicieron pensar en cosas muy diferentes. Las inclinadas curvas que parecen obra de los derrumbes requerían toda la concentración posible. Las cascadas hacían llover a su alrededor y el sol aparecía y desaparecía. Cualquier piedra suelta era un riesgo de caída y cualquier paso en falso un riesgo de muerte. No estaría exagerando al afirmar que cada uno temió en algún momento por su vida, pero sentirse vivo era la mayor motivación. 

Los constantes derrumbes que dejan incomunicados a Mocoa y Sibundoy hacen que muchos mocoanos prefieran viajar en avión a Pasto y en flota a Sibundoy para evitar esta carretera.


Dicen que para entrar a la selva o a la montaña es necesario purificar cuerpo y alma. Quizás por esto (no le encontramos explicación médica) más de la mitad de ciclistas empezamos con serios problemas estomacales que nos hicieron parar sobre la vía más de lo esperado. En esta etapa predominó el silencio que nos hizo entrar en un estado muy próximo a la meditación sin el cual habría sido imposible continuar. A medida que pasaba el tiempo me hacía más consciente del dolor de cuello y de espalda y luchaba por controlarlos. Habían pasado 50km cuando decidí cambiar de bicicleta. Lo sentí primero como una derrota por no cumplir con mi misión. Me pregunté mucho por la importancia de persistir, sobre la posibilidad de renunciar, de modificar los planes y de retirarse. Innumerables curvas y subidas después (o antes, ya no estoy seguro) almorzábamos en una casa rústica de madera en la que un señor de Tumaco sin nombre me hizo cuestionarme sobre mi condición de ciclista y las circunstancias de este viaje. Decidí que lo más importante era disfrutar cada pedaleada sin pensar tanto a dónde me llevaría. Así continuamos la etapa, cada uno concentrado en terminarla. En subir la velocidad lo máximo posible para terminarla antes de que anocheciera pero lo mínimo posible para que siguiera siendo segura. Me animó por largas horas ver en un alto una casa pintada con un aviso de montallantas y venta de lubricantes que decía "el fin del afán". 




Pero al caer la noche la dimensión sobre el espacio perdía sentido y el dolor de cuello se volvía insoportable. Después de subir por montañas que se iban alargando llegamos finalmente al final de una que nos dejó ver muy a lo lejos el municipio de Sibundoy. Nos reunimos y la sensación de felicidad se apoderó de los que quedábamos. Aún faltaba mucho pero queríamos llorar de la felicidad. Solo faltaba bajar, con la poca cantidad de luz que teníamos. Un tiempo después, faltaban siete kilómetros para terminar la etapa, solo seis de los doce ciclistas no habíamos desistido. Nos iluminaba la luz de la luna y de una linterna, opacadas por la potente luz del carro que creaba sombras que estiraban los huecos indefinidamente.



En una curva apareció mucho barro y Luisa gritó "no me quiero caer". Pasaron pocos segundos y yo perdí el control de la bicicleta. Solo alcancé a gritar y caí a un terreno que no era capaz reconocer. En ese instante se apoderaron de mí el poder y la rabia, solo me importaba pararme y pedalear el final de la etapa. Pero al pararme se me fueron las luces y si no es porque Juan Pablo se había acercado para ver cómo estaba, me habría visto en el suelo nuevamente. Tuve que abandonar la etapa en este punto, faltando tan poco, para darme cuenta de la importancia de pedalear por el momento y no por el destino. Fue en la comodidad de la camioneta en que me puse a relacionar nuevamente la imagen del volcán y lo que hemos vivido. Entonces pensé que más que ciclistas somos expedicionarios que estamos volviendo a abrir caminos en nuestro país. Por lo menos pensaba eso hasta que el cansancio y los golpes me dieron un sueño profundo y me levanté en un hotel en Sibundoy.


La altimetría de esta etapa es mucho más exigente que la subida al Alto de Letras o cualquier otro puerto de montaña del país. El desnivel positivo equivale casi a subir la sierra nevada de Santa Marta desde el mar.

1 comentario: