domingo, 4 de enero de 2015

Día 1 - Girardot-Ambalema

Por Daniel Wiesner M.

Después de purgar las maletas, reacomodar las mudas y mandar lo de sobra a Manizales, logramos algo que parecía imposible: acomodar el equipaje de 18 personas en un solo carro. Después ajustamos los últimos detalles, el aire de las llantas, las caramañolas, los cascos y los
choclos. Y finalmente arrancó el viaje.  Hoy salimos de Girardot al amenecer. Un equipo de 18 personas, 15 ciclistas y 3 personas en el carro, el grupo de apoyo. Un yogurt con granola, un banano, las fotos, la despedida, por fin el camino.

Muchos pensábamos que la etapa sería relativamente plana, pues la diferencia de altura entre Girardot y Ambalema es de apenas 53 metros. Nos equivocamos. No habíamos terminado de salir de Girardot cuando la ruta nos recibió con el primer reto: una subida de 4 kilómetros hasta el alto de El Arbolito. Comenzamos entonces sudando las camisetas nuevas, probando los choclos, las mangas, las bicis y las piernas. Llegaron primeras caídas, nada serio, un celular, un codo raspado. Comenzó el calor, pero apareció también la primera recompensa: ver salir el sol desde la cima de una colina, ver el valle del Río Magdalena y allá, al fondo, el objetivo. El nevado, que se veía imponente contra el cielo azul completamente despejado.

En Arbolito apareció también el primer inconveniente. Lo que en Google Earth se veía como una carretera se convertía en una trocha ahí en el alto. La única manera de bajar hasta el siguiente pueblo era por un camino "muy técnico", con algunos derrumbes y "mucho cascajo", según nos advertían los ciclistas locales, a quienes pedimos consejo. Era eso o volver atrás e intentar tomar una carretera con tráfico, que sería mucho más larga. Decidimos seguir adelante.

Comenzamos el descenso uno a uno, despacio, con mucho cuidado, pero la inexperiencia nos pasó la cuenta: las primeras caídas fuertes. Daniel frenó en seco y María, que venía atrás, perdió el equilibrio. Cayó sobre el manubrio y quedó con un fuerte dolor en el costado. Pero fue más el susto. Después de un breve descanso y gracias el apoyo del grupo, a la determinación y a la fuerza de voluntad, estábamos de vuelta en el camino.

A eso de las nueve de la mañana nos reagrupamos en Nariño, un pueblo cundinamarqués escondido en las montañas. Ahí comimos un desayuno abundante, recargamos agua, más bloqueador, y retomamos la ruta. El sol, picante, subía ya. El calor aumentaba cada minuto. El ritmo fue bueno los primero kilómetros, con Prado y Alexander exigiendo en la punta. Hicimos una parada a la sombra de un árbol para reagruparnos y quedó claro que ya el calor nos estaba pasando factura. Los termos se vaciaban, el sudor nos empapaba. Llegaron los últimos, tomamos más aire, y arrancamos otra vez. Ahí comenzó lo duro.



A las 11:00 a.m. el calor ya era absoluto. Las reservas de agua escaseaban, el carro tuvo que separarse para ir a buscar más líquido. Por unos momentos nos dispersamos en grupos pequeños y cada uno lidió con la situación como pudo. El camino, recto y sin sombra, parecía interminable. Vacíos los termos y consumida la comida, solo nos quedaba la determinación de completar la etapa. Pero ahí, cuando algunos comenzaban a contemplar la posibilidad de parar, apareció de nuevo el carro para darnos ánimo y, sobretodo, agua. El resto del camino fue más de lo mismo, aunque bajamos el ritmo y nos hidratamos mucho para atenuar el sol del medio día.

Finalmente apareció el Magdalena. Paramos en la orilla, con Ambalema al otro lado, y nos tomamos merecida cerveza. Cruzamos con las bicis en canoas, porque el fuerte verano ha hecho que el nivel del río baje tanto que el ferry no funciona. El carro en cambio tuvo que ir hasta Cambao para cruzar por el puente. Y así llegamos a Ambalema para darnos una anhelada ducha y comernos algo. Mañana empieza la subida...          

1 comentario:

  1. Que buena experiencia, exigente y divertida, estamos pendientes, adelante.

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